Ricardo Rozzi

Long-term ecological research (LTER), addressing problems that encompass decadal or longer time frames, began as a formal term and program in the United States in 1980. While long-term ecological studies and observation began as early as the 1400s and 1800s in Asia and Europe, respectively, the long-term approach was not formalized until the establishment of the U.S. long-term ecological research programs. These programs permitted ecosystem-level experiments and cross-site comparisons that led to insights into the biosphere’s structure and function. The holistic ecosystem approach of this initiative also allowed the incorporation of the human-dimension of ecology and recently has given rise to a new concept of long-term socio-ecological research (LTSER). Today, long-term ecological research programs exist in at least thirty-two countries (i.e., members of the International Long-Term Ecological Research Network, ILTER). However, consolidation of the international network within the long-term socio-ecological research paradigm still requires: (1) inclusion of certain remote regions of the world, such as southwestern South America, that are still poorly represented; (2) modifications of the type of research conducted, such as integrating social and natural sciences with the humanities and ethics; and (3) the incorporation of findings and results into broader social and political processes. In this context, a nascent long-term socio-ecological research network in Chile, which extends over the longest latitudinal range of temperate forest in the Southern Hemisphere, adds a new remote region to international long-term ecological research previously overlooked. In addition, collaboration with the University of North Texas and other international partners helps to further develop an interdisciplinary approach for the integration of the ecological sciences and environmental philosophy together with traditional ecological knowledge, informal and formal education, policy, the humanities, socio-political processes, and biocultural conservation.

Un estudio de caso de investigación socio-ecológica realizado en Puerto Williams, Cabo de Hornos (Chile), revela que las personas pertenecientes a diferentes grupos socioculturales poseen una diversidad de perspectivas y relaciones con la naturaleza. Por ejemplo, los miembros de la Comunidad Indígena Yagán y los antiguos residentes (en su mayoría descendientes de colonos de principios del siglo XX), expresaron un fuerte sentimiento de pertenencia y hogar. Sin embargo, las personas identificadas con el uso de los recursos no tuvo respuestas positivas respecto al sentimiento de hogar. Entre los entrevistados, el concepto de un territorio común presentó contrastes muy marcados. Aquellos que se identificaban con un tipo de relación de cultivo de la tierra favorecieron la propiedad privada sobre la pública. Para los entrevistados con una relación de tipo integrado con la naturaleza, la libertad de movimiento fue uno de los valores esenciales. Algunos de los entrevistados identificados con el uso de los recursos y con relaciones intelectuales y estéticas con la naturaleza, valoraron también de manera positiva la tierra como bien común. La aproximación utilizada en este estudio transforma las nociones polarizadas y dicotómicas en gradientes de perspectivas relacionadas a diferentes grados de ambientes ecológicos y culturales, locales y globales. La visión híbrida resultante de las perspectivas acerca de la naturaleza puede ser de utilidad en tiempos de cambio global, donde tanto escalas locales como globales contribuyen a identificar problemáticas asimétricas específicas, como también oportunidades de comunicación entre los diferentes grupos socioculturales.

La investigación ecológica a largo plazo (Long Term Ecological Research, LTER) maneja problemas que abarcan décadas o plazos más largos. El programa y su nombre formal comenzaron en Estados Unidos en 1980. Si bien los estudios y observaciones a largo plazo comenzaron tempranamente en 1400 y 1800 en Asia y Europa, respectivamente, el enfoque a largo plazo no se formalizó sino hasta el establecimiento de los programas de investigación ecológica de largo plazo en Estados Unidos. Estos programas han permitido experimentos a nivel de ecosistemas y comparaciones entre sitios que condujeron a una mejor comprensión de la estructura y funcionamiento de la biosfera. El enfoque ecosistémico holístico de esta iniciativa permite también la incorporación de la dimensión humana en la ecología, y recientemente ha dado lugar al nuevo concepto de investigación socio-ecológica de largo plazo (LTSER). Hoy los programas de investigación socio-ecológica a largo plazo existen en por lo menos 32 países (esto es, los miembros de la Red Internacional de Investigación Ecológica a Largo Plazo o ILTER (International Long Term Ecological Research). Sin embargo, la consolidación de la red internacional dentro del paradigma de investigación socio-ecológica a largo plazo todavía requiere: (1) inclusión de algunas regiones remotas del mundo que aún están poco representadas, como el suroeste de América del Sur; (2) modificaciones en el tipo de investigación realizado, tales como la integración de las ciencias sociales y naturales con las humanidades y la ética, y (3) la incorporación de las conclusiones y resultados dentro de los procesos sociales y políticos. En este contexto, la naciente red de investigación socio-ecológica a largo plazo en Chile, que se extiende en el rango latitudinal más largo de bosque templado en el Hemisferio Sur, agrega una nueva región remota a las investigaciones ecológicas de largo plazo que había sido pasada por alto anteriormente. Además, la colaboración con la Universidad de North Texas y otros asociados internacionales ayuda a desarrollar un enfoque interdisciplinario para integrar las ciencias ecológicas y la filosofía ambiental, junto con los conocimientos ecológicos tradicionales, la educación informal y formal, la política, las humanidades, los procesos socio-políticos y la conservación biocultural.

La investigación ecológica a largo plazo (Long Term Ecological Research, LTER) maneja problemas que abarcan décadas o plazos más largos. El programa y su nombre formal comenzaron en Estados Unidos en 1980. Si bien los estudios y observaciones a largo plazo comenzaron tempranamente en 1400 y 1800 en Asia y Europa, respectivamente, el enfoque a largo plazo no se formalizó sino hasta el establecimiento de los programas de investigación ecológica de largo plazo en Estados Unidos. Estos programas han permitido experimentos a nivel de ecosistemas y comparaciones entre sitios que condujeron a una mejor comprensión de la estructura y funcionamiento de la biosfera. El enfoque ecosistémico holístico de esta iniciativa permite también la incorporación de la dimensión humana en la ecología, y recientemente ha dado lugar al nuevo concepto de investigación socio-ecológica de largo plazo (LTSER). Hoy los programas de investigación socio-ecológica a largo plazo existen en por lo menos 32 países (esto es, los miembros de la Red Internacional de Investigación Ecológica a Largo Plazo o ILTER (International Long Term Ecological Research). Sin embargo, la consolidación de la red internacional dentro del paradigma de investigación socio-ecológica a largo plazo todavía requiere: (1) inclusión de algunas regiones remotas del mundo que aún están poco representadas, como el suroeste de América del Sur; (2) modificaciones en el tipo de investigación realizado, tales como la integración de las ciencias sociales y naturales con las humanidades y la ética, y (3) la incorporación de las conclusiones y resultados dentro de los procesos sociales y políticos. En este contexto, la naciente red de investigación socio-ecológica a largo plazo en Chile, que se extiende en el rango latitudinal más largo de bosque templado en el Hemisferio Sur, agrega una nueva región remota a las investigaciones ecológicas de largo plazo que había sido pasada por alto anteriormente. Además, la colaboración con la Universidad de North Texas y otros asociados internacionales ayuda a desarrollar un enfoque interdisciplinario para integrar las ciencias ecológicas y la filosofía ambiental, junto con los conocimientos ecológicos tradicionales, la educación informal y formal, la política, las humanidades, los procesos socio-políticos y la conservación biocultural.

Un estudio de caso de investigación socio-ecológica realizado en Puerto Williams, Cabo de Hornos (Chile), revela que las personas pertenecientes a diferentes grupos socioculturales poseen una diversidad de perspectivas y relaciones con la naturaleza. Por ejemplo, los miembros de la Comunidad Indígena Yagán y los antiguos residentes (en su mayoría descendientes de colonos de principios del siglo XX), expresaron un fuerte sentimiento de pertenencia y hogar. Sin embargo, las personas identificadas con el uso de los recursos no tuvo respuestas positivas respecto al sentimiento de hogar. Entre los entrevistados, el concepto de un territorio común presentó contrastes muy marcados. Aquellos que se identificaban con un tipo de relación de cultivo de la tierra favorecieron la propiedad privada sobre la pública. Para los entrevistados con una relación de tipo integrado con la naturaleza, la libertad de movimiento fue uno de los valores esenciales. Algunos de los entrevistados identificados con el uso de los recursos y con relaciones intelectuales y estéticas con la naturaleza, valoraron también de manera positiva la tierra como bien común. La aproximación utilizada en este estudio transforma las nociones polarizadas y dicotómicas en gradientes de perspectivas relacionadas a diferentes grados de ambientes ecológicos y culturales, locales y globales. La visión híbrida resultante de las perspectivas acerca de la naturaleza puede ser de utilidad en tiempos de cambio global, donde tanto escalas locales como globales contribuyen a identificar problemáticas asimétricas específicas, como también oportunidades de comunicación entre los diferentes grupos socioculturales.

At the beginning of the twenty-first century, South America hosts the world’s greatest di­versity of plants and most animal groups, as well as a variety of environmental movements, involving urban and rural communities. South American academic philosophy, however, has given little consideration to this rich biocultural context. To nourish an emergent regional environmental philosophy three main sources can be identified. First, a variety of ancient and contemporary ecological worldviews and practices offer a rich biocultural array of South American environmental thought that can be disclosed and valued through the work of cultural anthropology, liberation philosophy, liberation pedagogy, liberation theology, ecofeminism, and biocultural conservation. Second, some recent academic environmental philosophy research and teaching teams have been formed in South American universities with the support of the interdisciplinary United Nations Environmental Programme or based on the individual interests of some scattered scholars. Third, social movements have increasingly demanded the incorporation of environmental values into regional policies and decision-making processes. These three sources can foster intercultural, international, and transdisciplinary dialogues to further develop a South American environmental philosophy grounded in its precious biocultural diversity.

La cultura de la sociedad global habitualmente asocia la palabra animal con vertebrados. Paradójicamente, la mayor parte de la diversidad animal está compuesta por pequeños organismos que permanecen invisibles en la cultura global y están sub-representados en la filosofía, las ciencias y la educación. La ciencia del siglo veintiuno ha desentrañado que muchos invertebrados tienen conciencia y capacidad de sentir dolor. Estos descubrimientos apelan a los filósofos de la ética animal a ser más inclusivos y reevaluar la participación de los invertebrados en la comunidad moral. La ciencia también ha advertido sobre la desaparición de los pequeños co-habitantes animales en medio de la sexta extinción masiva. Esta extinción “invisible” apela a los filósofos ambientales a visibilizar a los invertebrados, cuya existencia es preciosa en sí misma y para el funcionamiento de los ecosistemas de los cuales dependen la biodiversidad y las sociedades humanas. Con un enfoque biocultural que integra dimensiones biofísicas y culturales de la biodiversidad, investigo las raíces del chovinismo taxonómico asociado con la sub-representación y la subordinación de los invertebrados en la filosofía y las ciencias modernas. Las malas noticias son que constatamos un marcado vertebratismo en el imaginario animal. Las buenas noticias son que David Hume, Charles Darwin y la ética biocultural proporcionan bases conceptuales para cultivar un aprecio por los pequeños co-habitantes con quienes compartimos nuestros hábitats locales y la biosfera global.

A comienzos del siglo XXI, América del Sur alberga la mayor biodiversidad del mundo para la mayoría de los grupos de plantas y animales, como también una variedad de movimientos en defensa del medio ambiente, que incluyen comunidades urbanas y rurales. La filosofía académica sudamericana, sin embargo, ha prestado escasa atención a este rico contexto biocultural. Para nutrir una filosofía ambiental regional emergente, identifico tres fuentes principales. Primero, una variedad de cosmovisiones y prácticas ecológicas, ancestrales y contemporáneas ofrecen un rico espectro biocultural de pensamiento ambiental de América del Sur que puede ser examinado y valorado a través del trabajo de la antropología cultural, la filosofía de la liberación, la pedagogía de la liberación, la teología de la liberación, el ecofeminismo y la conservación biocultural. En segundo lugar, en las universidades de América del Sur se han formado recientemente algunos grupos interdisciplinarios académicos en la investigación y enseñanza de la filosofía ambiental, con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas del Medio Ambiente, o gracias a los intereses individuales de algunos investigadores. En tercer lugar, expresiones artisticas y movimientos sociales han demandado cada vez más la incorporación de valores ambientales en las políticas regionales y en los procesos de toma de decisiones. Estas tres fuentes pueden fomentar el diálogo intercultural, internacional y transdisciplinario para seguir desarrollando una filosofía ambiental sudamericana que brote desde su extraordinaria diversidad biocultural.

True ecotourism requires us to regain an understanding of the inextricable links between the habitats of a region, including its inhabitants, and their habits. With this systemic approach that integrates economic, ecological, and ethical dimensions, we define ecotourism as “an invitation to a journey (‘tour’) to appreciate and share the ‘homes’ (oikos) of diverse human and non-human inhabitants, their singular habits and habitats.” Today, mass nature tourism often denies theselinks and is generating biocultural homogenization, socio-ecological degradation, and marked distributive injustices in iconic places, such as Costa Rica, the Galapagos and Cape Horn. In order to implement genuine ecotourism in Latin America and elsewhere, it is imperative to overcome marketing ambiguities, and pay close attention to local autonomy and biocultural diversity.

During our current free market era, a prevailing utilitarian ethics centered on monetary cost benefit analyses continues overriding incessantly a plethora of diverse forms of ecological knowledge and ethics present in the communities of South America, and other regions of the world. For the first time in human history, more than 50% of the world’s population lives in cities, and speaks only one of eleven dominant languages, loosing contact with the vast biodiversity and the 7,000 languages that are still spoken around the planet. This global urban enclosure and biocultural homogenization generates physical barriers and conceptual barriers that hinder the understanding of the inextricable links between the habitats of a region, the inhabitants and their habits. However, these vital links are acutely recognized in at least three families of worldviews: contemporary ecological sciences, ancestral Amerindian ecological knowledge, and Western pre-Socratic philosophical roots expressed in the archaic meaning of ethos, and ethics. South American post-Columbian history shows that large-scale exploitation, as well as monocultures that replace native habitats, have been repeatedly associated with ephemeral economic booms that left behind degraded social and ecological environments. A historical analysis of post-Columbian Chile illustrates how a unique mosaic of ecosystems and biological species, cultures, and languages have been progressively replaced by a few biological species and a uniform language and culture. These biocultural homogenization processes are the outcome of a violent conquest, overpowering the resistance of local inhabitants, and today’s scale of violent suppression of biological and cultural diversity is greater than ever. Instead of a post-colonial period we are living in the middle of an ultra-colonial era. To counterbalance these trends, at the southern end of the Americas, through inter-institutional and international collaborations led by the Chilean University of Magallanes and the Institute of Ecology and Biodiversity and the University of North Texas in the US, we developed a methodological approach that we call “field environmental philosophy."

A comienzos del siglo XXI, América del Sur alberga la mayor biodiversidad del mundo para la mayoría de los grupos de plantas y animales, como también una variedad de movimientos en defensa del medio ambiente, que incluyen comunidades urbanas y rurales. La filosofía académica sudamericana, sin embargo, ha prestado escasa atención a este rico contexto biocultural. Para nutrir una filosofía ambiental regional emergente, identifico tres fuentes principales. Primero, una variedad de cosmovisiones y prácticas ecológicas, ancestrales y contemporáneas ofrecen un rico espectro biocultural de pensamiento ambiental de América del Sur que puede ser examinado y valorado a través del trabajo de la antropología cultural, la filosofía de la liberación, la pedagogía de la liberación, la teología de la liberación, el ecofeminismo y la conservación biocultural. En segundo lugar, en las universidades de América del Sur se han formado recientemente algunos grupos interdisciplinarios académicos en la investigación y enseñanza de la filosofía ambiental, con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas del Medio Ambiente, o gracias a los intereses individuales de algunos investigadores. En tercer lugar, expresiones artisticas y movimientos sociales han demandado cada vez más la incorporación de valores ambientales en las políticas regionales y en los procesos de toma de decisiones. Estas tres fuentes pueden fomentar el diálogo intercultural, internacional y transdisciplinario para seguir desarrollando una filosofía ambiental sudamericana que brote desde su extraordinaria diversidad biocultural.

In lieu of an abstract, here is a brief excerpt of the content:Future Environmental Philosophies and Their Biocultural Conservation InterfacesRicardo Rozzi (bio)Perhaps it would be better to speak of the future of environmental philosophies, rather than of the future of environmental philosophy. Making explicit a plurality of future trends helps prevent an "Anglo-academic" bias, and emphasizes the need for further developing environmental philosophy into at least two directions: (1) a stronger dialogical interaction with the diverse international constellation of cultural, ethnic, social, political, economic, and ecological dimensions of environmental problems; and (2) a greater integration into the transdisciplinary field of biological and cultural conservation, involving an enhanced actualization of environmental theoretical philosophy into environmental practical philosophy.1. Toward more multi-discursive international environmental philosophiesFurther developing international environmental philosophy can help [End Page 142] to more precisely identify agents and causes of environmental problems, as well as their effects and victims. For instance, the focus on global climate change—and more generally global change, including other processes of rapid environmental transformation such as biotic, linguistic, and cultural homogenization—should not overlook the fact that different human communities, regions, societies, and countries are not equally responsible for such change nor suffer equally from its consequences. For example, today the highest levels of UV radiation fall on areas of Patagonia and the Antarctic Peninsula. These regions are the farthest away from the centers of CFC emissions which generate the stratospheric ozone hole found over the austral portion of the Americas.1 The incorporation of these type of regional distinctions into environmental philosophy provides the opportunity for more precise diagnoses and characterizations of environmental problems than the still-frequent generalizations stated in terms of problems between "humanity and nature."2 Such a lack of specificity is deceptive because it absolves particular responsible agents of environmental problems by referring to all humans or society in general as responsible for them.Secondly, contrasting ecological, social, and political settings generate not only different environmental problems, but also offer a variety of viable options for solving those problems. This is a point that remains frequently overlooked within global environmental agendas. While working in conservation in Latin America, I am continuously surprised by the marked ecological and cultural singularities I find in different localities in which communities have evolved peculiar ways of understanding, valuing, and interacting with their environments.3 On the one hand, environmental philosophy would enrich itself by further incorporating this biocultural diversity. On the other hand, environmental philosophy could provide a valuable contribution to biocultural conservation by better articulating the understanding the reticulate diversity of ecological knowledge and practices that indigenous and non-indigenous old-resident communities have co-evolved with particular ecosystems and historic and cultural settings around the world.Finally, furthering the participation of environmental thinkers of different regions and strengthening environmental philosophy networks could contribute to an international dialogue that would generate more pertinent concepts and propositions by more deeply embracing local [End Page 143] social, historical, political, cultural, linguistic, and ecosystem realities. The dynamic diversity of human ecological worldviews and practices has been addressed by the field of environmental philosophy;4 however, this diversity has still not been sufficiently incorporated as part of a multi-discursive community.* * *2. Incorporating environmental philosophy into the theory and praxis of biocultural conservationDuring the last two decades, a main goal of ecological sciences and biological conservation has been a better integration between human and natural systems. Under currently prevailing scientific approaches, such reconnection has been developed primarily through economic valuation of "ecosystem services" (see, for example, the recent landmark Millennium Ecosystem Assessment).5 Environmental philosophy has had a weak presence as compared to ecological economics in the transdiscipline of biological conservation. This weak presence is mismatched with the numerous calls made by ecologists about the need for environmental ethics, and with the frequent reference to ethical values made by international environmental conventions. For instance, the text of the Convention on Biological Diversity begins with a reference to the intrinsic value of biodiversity but it does not develop this notion at all.6 Similarly, the Millennium Ecosystem Assessment mentions the intrinsic value of biodiversity but does not develop the notion, and ends up justifying the need for its conservation in terms of economic values...

The culture of global society commonly associates the word animal with vertebrates. Paradoxically, most of animal diversity is composed of small organisms that remain invisible in the global culture and are underrepresented in philosophy, science, and education. Twenty-first century science has revealed that many invertebrates have consciousness and the capacity to feel pain. These discoveries urge animal ethicists to be more inclusive and to reevaluate the participation of invertebrates in the moral community. Science also has warned of the disappearance of small animal co-inhabitants that is occurring in the midst of the sixth mass extinction. This “invisible extinction” compels environmental philosophers to make visible invertebrates, whose existence is precious in itself and for the functioning of ecosystems on which biodiversity and human societies depend. With a biocultural approach that integrates the biophysical and cultural dimensions of biodiversity, I investigate the roots of taxonomic chauvinism associated with the under-representation and subordination of invertebrates in modern philosophy and science. The bad news is the confirmation of a marked vertebratism in animal imagery. The good news is that David Hume, Charles Darwin, and biocultural ethics provide conceptual foundations for cultivating an appreciation of the small co-inhabitants with whom we share our local habitats and the global biosphere.

A comienzos del siglo XXI, América del Sur alberga la mayor biodiversidad del mundo para la mayoría de los grupos de plantas y animales, como también una variedad de movimientos en defensa del medio ambiente, que incluyen comunidades urbanas y rurales. La filosofía académica sudamericana, sin embargo, ha prestado escasa atención a este rico contexto biocultural. Para nutrir una filosofía ambiental regional emergente, identifico tres fuentes principales. Primero, una variedad de cosmovisiones y prácticas ecológicas, ancestrales y contemporáneas ofrecen un rico espectro biocultural de pensamiento ambiental de América del Sur que puede ser examinado y valorado a través del trabajo de la antropología cultural, la filosofía de la liberación, la pedagogía de la liberación, la teología de la liberación, el ecofeminismo y la conservación biocultural. En segundo lugar, en las universidades de América del Sur se han formado recientemente algunos grupos interdisciplinarios académicos en la investigación y enseñanza de la filosofía ambiental, con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas del Medio Ambiente, o gracias a los intereses individuales de algunos investigadores. En tercer lugar, expresiones artisticas y movimientos sociales han demandado cada vez más la incorporación de valores ambientales en las políticas regionales y en los procesos de toma de decisiones. Estas tres fuentes pueden fomentar el diálogo intercultural, internacional y transdisciplinario para seguir desarrollando una filosofía ambiental sudamericana que brote desde su extraordinaria diversidad biocultural.

Global culture, forms of governance, economic and development models have become drastically dissociated from biological and cultural diversity and their interrelationships. Global society is exposed to globally homogeneously governed life habits that tend to build globally homogeneous technological and urban habitats in the heterogeneous regions of the planet. Concurrently, these globally homogeneous habitats reinforce globally homogeneous life habits. These feedbacks between globalized habits and habitats generate processes of biocultural homogenization, which represents an overlooked dimension of global changes in the Anthropocene. Biocultural homogenization is both driver and product of complex and pervasive losses of biological and cultural diversity. We maintain that it is technically necessary and ethically imperative to reverse these losses. Toward this aim, we present the “3Hs” conceptual framework of the biocultural ethic, which values the vital links among the diversity of life habits of distinct co-in-habitants that share a common habitat. We offer this philosophical framework as a heuristic model for: better understanding multidimensional and multi-scale processes involved in global changes; designing policies that integrate biocultural diversity into ethical, political, and environmental dimensions of the contemporary technological world; and orienting decision-making processes that can better assess the consequences that development policies might have for the conservation or degradation of habitats, life habits, and welfare of co-inhabitants. In this way, the 3Hs “philosophical lens” of the biocultural ethic can contribute to re-orienting global society toward sustainable forms of co-inhabitation amidst the rapidly changing socio-environmental scenarios of the Anthropocene.

Ecological sciences have informed environmental ethics from its inception as a scholarly pursuit in the 1970s-so much so that we now have ecological ethics, Deep Ecology, and ecofeminism. Throughout the 20th century, however, most ecologists remained enthralled by the myth that science is value-free. Closer study of science by philosophers reveals that metaphors are inescapable and cognitively indispensable to science, but that metaphors are value-laden. As we confront the enormous challenges of the 21st century-the prospect of a 6th mass extinction, acidifying oceans, rising sea level, and global warming-ecologists can no longer remain aloof from public discourse about what actions to take to address these problems. And that means that 21st century ecologists understand that right action is guided by ethics. However, integration of ethical ideas into academic curricula and ecologists' research agendas is still meager. Aldo Leopold, 1947 President of the Ecological Society of America, keenly understood that latent in ecological sciences is an organizing worldview, with implications for reordering societal values and expanding ethics to embrace "soils, waters, plants, and animals, or collectively: the land." Going beyond Leopold's land ethic, contemporary environmental ethics includes eco-social justice and the realization that as important as biodiversity is cultural diversity, inter-cultural, inter-institutional, and international collaboration requiring a novel approach known as biocultural conservation. Right action in confronting the challenges of the 21st century requires science and ethics to be seamlessly integrated. Contemporary science proposes the concept of the inclusive ecosystem that recognizes humans as components. In this book, this "inclusive conviction is endorsed, fortunately, by over forty contributors sharing their accounts, of living well in place, combining nature and culture, residing on landscapes: biocultural ethics" (Holmes Rolston, III).

La investigación ecológica a largo plazo (Long Term Ecological Research, LTER) maneja problemas que abarcan décadas o plazos más largos. El programa y su nombre formal comenzaron en Estados Unidos en 1980. Si bien los estudios y observaciones a largo plazo comenzaron tempranamente en 1400 y 1800 en Asia y Europa, respectivamente, el enfoque a largo plazo no se formalizó sino hasta el establecimiento de los programas de investigación ecológica de largo plazo en Estados Unidos. Estos programas han permitido experimentos a nivel de ecosistemas y comparaciones entre sitios que condujeron a una mejor comprensión de la estructura y funcionamiento de la biosfera. El enfoque ecosistémico holístico de esta iniciativa permite también la incorporación de la dimensión humana en la ecología, y recientemente ha dado lugar al nuevo concepto de investigación socio-ecológica de largo plazo (LTSER). Hoy los programas de investigación socio-ecológica a largo plazo existen en por lo menos 32 países (esto es, los miembros de la Red Internacional de Investigación Ecológica a Largo Plazo o ILTER (International Long Term Ecological Research). Sin embargo, la consolidación de la red internacional dentro del paradigma de investigación socio-ecológica a largo plazo todavía requiere: (1) inclusión de algunas regiones remotas del mundo que aún están poco representadas, como el suroeste de América del Sur; (2) modificaciones en el tipo de investigación realizado, tales como la integración de las ciencias sociales y naturales con las humanidades y la ética, y (3) la incorporación de las conclusiones y resultados dentro de los procesos sociales y políticos. En este contexto, la naciente red de investigación socio-ecológica a largo plazo en Chile, que se extiende en el rango latitudinal más largo de bosque templado en el Hemisferio Sur, agrega una nueva región remota a las investigaciones ecológicas de largo plazo que había sido pasada por alto anteriormente. Además, la colaboración con la Universidad de North Texas y otros asociados internacionales ayuda a desarrollar un enfoque interdisciplinario para integrar las ciencias ecológicas y la filosofía ambiental, junto con los conocimientos ecológicos tradicionales, la educación informal y formal, la política, las humanidades, los procesos socio-políticos y la conservación biocultural.

A comienzos del siglo XXI, América del Sur alberga la mayor biodiversidad del mundo para la mayoría de los grupos de plantas y animales, como también una variedad de movimientos en defensa del medio ambiente, que incluyen comunidades urbanas y rurales. La filosofía académica sudamericana, sin embargo, ha prestado escasa atención a este rico contexto biocultural. Para nutrir una filosofía ambiental regional emergente, identifico tres fuentes principales. Primero, una variedad de cosmovisiones y prácticas ecológicas, ancestrales y contemporáneas ofrecen un rico espectro biocultural de pensamiento ambiental de América del Sur que puede ser examinado y valorado a través del trabajo de la antropología cultural, la filosofía de la liberación, la pedagogía de la liberación, la teología de la liberación, el ecofeminismo y la conservación biocultural. En segundo lugar, en las universidades de América del Sur se han formado recientemente algunos grupos interdisciplinarios académicos en la investigación y enseñanza de la filosofía ambiental, con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas del Medio Ambiente, o gracias a los intereses individuales de algunos investigadores. En tercer lugar, expresiones artisticas y movimientos sociales han demandado cada vez más la incorporación de valores ambientales en las políticas regionales y en los procesos de toma de decisiones. Estas tres fuentes pueden fomentar el diálogo intercultural, internacional y transdisciplinario para seguir desarrollando una filosofía ambiental sudamericana que brote desde su extraordinaria diversidad biocultural.

A comienzos del siglo XXI, América del Sur alberga la mayor biodiversidad del mundo para la mayoría de los grupos de plantas y animales, como también una variedad de movimientos en defensa del medio ambiente, que incluyen comunidades urbanas y rurales. La filosofía académica sudamericana, sin embargo, ha prestado escasa atención a este rico contexto biocultural. Para nutrir una filosofía ambiental regional emergente, identifico tres fuentes principales. Primero, una variedad de cosmovisiones y prácticas ecológicas, ancestrales y contemporáneas ofrecen un rico espectro biocultural de pensamiento ambiental de América del Sur que puede ser examinado y valorado a través del trabajo de la antropología cultural, la filosofía de la liberación, la pedagogía de la liberación, la teología de la liberación, el ecofeminismo y la conservación biocultural. En segundo lugar, en las universidades de América del Sur se han formado recientemente algunos grupos interdisciplinarios académicos en la investigación y enseñanza de la filosofía ambiental, con el apoyo del Programa de las Naciones Unidas del Medio Ambiente, o gracias a los intereses individuales de algunos investigadores. En tercer lugar, expresiones artisticas y movimientos sociales han demandado cada vez más la incorporación de valores ambientales en las políticas regionales y en los procesos de toma de decisiones. Estas tres fuentes pueden fomentar el diálogo intercultural, internacional y transdisciplinario para seguir desarrollando una filosofía ambiental sudamericana que brote desde su extraordinaria diversidad biocultural.